Con motivo del LXXII aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos
“Defendamos los derechos humanos” es el lema que Naciones Unidas ha decidido este año para conmemorar la Declaración de 1948 el próximo 10 de diciembre. Acordada después de que el mundo experimentara de una manera brutal y bastante global la capacidad de odio, de agresión, de autodestrucción y de destrozo del medio que tenemos los seres humanos, la Declaración nos recuerda la aspiración de mejora, de hermanamiento y de compasión (sentir con otros) que también nos caracteriza.
Hay estimaciones de que, en unos pocos años, durante la Segunda Guerra Mundial, hubo hasta cien millones de muertos, y se constató la degradación humana que supone despreciar la cualidad de ser humano por el simple hecho de pertenecer a otra religión, a otra etnia, tener otra orientación sexual o pensar diferente.
Una mera Declaración no supone borrón y cuenta nueva, no repara y, lo que es peor, no ha conseguido que se detenga la depravación de que unos seres humanos abusen de otros iguales privándoles de dignidad y derechos mediante el ejercicio del poder.
No han desaparecido los conflictos armados, no desaparecen las violencias físicas y, aunque también podemos constatar ciertos avances, se perfeccionan al tiempo nuevas formas de dominio.
En nuestro país, además, celebramos en estos días la Constitución de 1978; treinta años costó incorporar a nuestras leyes los derechos fundamentales de la Declaración. A partir de ambos documentos, frecuentemente, se hace gala de una memoria selectiva,
utilizando determinados artículos como arma arrojadiza para
batallas políticas o
mediáticas y, sin embargo, nos olvidamos de la contundencia y la justicia de
otros, que
queremos recordar aquí.
El derecho a la justicia, a entrar y salir libremente de tu país y a pedir asilo, el derecho a un trabajo cuya remuneración te permita vivir con dignidad, al tiempo libre, al acceso a la cultura, a la sanidad, el derecho a la libertad de conciencia y de expresión… Todos ellos se reflejan tanto en la Declaración como en nuestra Constitución.
El derecho a la educación y los fines que esta persigue, artículo 26 y 27 respectivamente, se refiere a que la educación, derecho universal, “tiene como fin el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos”, el “respeto a los principios democráticos de convivencia” y promoverá el mantenimiento de la paz.
El desarrollo de la LOMLOE, actualmente en trámite parlamentario en el Senado, es una buena ocasión para introducir en el currículo escolar el respeto a los Derechos Humanos como valor fundamental. Así nos lo recuerda el preámbulo de la Declaración: «...que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos…”.
Este año Naciones Unidas trae a la portada unas palabras de Eleanor Roosvelt que nos comprometen y nos responsabilizan a todos en la lucha por los Derechos Humanos: “En definitiva, ¿dónde empiezan los derechos humanos universales? En pequeños lugares, cerca de casa; en lugares tan próximos y tan pequeños que no aparecen en ningún mapa. […] Si esos derechos no significan nada en estos lugares, tampoco significan nada en ninguna otra parte. Sin una acción ciudadana coordinada para defenderlos en nuestro entorno, nuestra voluntad de progreso en el resto del mundo será en vano.»
Imagen: Jugoslav Vlahovic – Serbia (publicada por Naciones Unidas con motivo del 60 aniversario de la Declaración)