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Educar para la ciudadanía

Algunos pudimos pensar que la larga travesía de desolacionismo que bautizara Julio Caro Baroja hace ya alguna década, la debilidad de pensamiento y la crisis general: de valores, del pensamiento, existencialista, política, intelectual, acabara a mediados del 2008 mostrándonos más luces que sombras. Vivimos unos tiempos que parecían inacabables, décadas de nuevos ricos, de bonanzas económicas llegadas de la vieja y gran Europa: éramos los nuevos socios invitados al millonario Club de la Europa Económica. Los talones se firmaban a la velocidad que caían las bombas sobre Sarajevo. Crecíamos huyendo detrás de un goloso futuro, sin tiempo de reflexionar hacia donde se encaminaban banqueros, constructores, políticos, y arrastrados por el remolino veloz de oropeles; la ciudadanía que dejó ya hace tiempo de pensar hacia dentro, se iba dejando caer en ese mágico amuleto que llevaban en sus bolsillos llamado globalización (bobalización). Ya teníamos el paisaje adecuado donde encajar un pensamiento light y consumista, de usar y tirar. Se olvidaron de un plumazo la ética de la humildad, las ganancias razonables, lo común, el mirarse a los ojos y al espejo cada mañana. Se olvidó que hacer el camino, es perderse y encontrarse en sus laberintos, con los fracasos, avances y pequeñas recompensas. Todo se tornó demasiado infantil y de gran inmediatez. Se esquilmaron los suelos públicos para disfrute de financieros de moda. Se inauguraron en fastuosos actos, deslumbrantes vacíos edificios sin planes a medio plazo. Se apartó a los ciudadanos de las grandes decisiones. Se fue inoculando la idea de que lo Público no funciona. Se instauró una sociedad de esclavistas horarios para pagar draconianas hipotecas de viviendas a precio de palacios. Se auparon las Bolsas por encima de los valores humanos. Los hubo que ascendieron como fuego de artificio y muchos les quisieron imitar. Se crearon estados de opinión vacíos de reflexión independiente y sensata crítica. Como en la Rusia de los zares, los decorados de cartón ocultaron los fangos y lodos que apestaban las riberas de la puta calle. La calle ya desvirtuada como espacio de convivencia, entramado social donde hacernos personas, que fue conquistada por los especuladores del petróleo, por los gigantes de la contaminación en forma de coche para romper las leyes de las prisas instauradas precisamente por ritmos y espacios descerebrados.

Y llegó el verano con el sol, concluyó la lluvia de oro y se acabaron las previsiones surgidas de las millonarias reuniones del Club Bilderberg, enrocados en políticas neocon, barnizadas de falsas libertades, estirando la línea entre los millones de pobres y los grandes ricos hasta desdibujar las fronteras entre los derechos básicos y los principios éticos más básicos.

Ahora nos sobran argumentos para derrocar un sistema económico salvaje que solamente ha hecho meritos para avergonzarnos cuando nos veamos retratados en el siglo XXII como los que consentimos un Mundo que quería acabar con el Planeta a base de hacer cada vez más rico al Primerísimo Mundo estrangulando al tercer Mundo: contaminando, derrochando, justificando, olvidando… Los explotados, los excluidos, ya no tienen defensa ni voz. Cada vez somos más los apartados los silenciados los ninguneados.

En este contexto la escuela es concebida como un mero negocio más, que prepara mano de obra con la que cubrir las necesidades del Mercado. La educación tradicional sigue mostrándose como panacea para mejorar con valores y maneras de hacer, modelo que difícilmente conseguirá solucionar los problemas actuales que vivimos fuera y dentro de nuestras aulas. La Escuela Pública, la que defendemos, a la que tildan de inoperante en desagradables titulares amarillos y persiguen cada día por un nuevo motivo, está hipócritamente abandonada por el Estado. Buscan coartadas en la crisis económica para decir que no se puede invertir, pero intuimos que todo es una cuestión de voluntades y esfuerzos negados al sistema educativo público. Luego nos presentan sustitutas de pasarela: la escuela privada de diseño que pueden pagar en cómodos plazos de tarjeta oro, o la escuela concertada de la que tanto podríamos escribir. Y esto dirán al leerlo es ideología; pues sí, es ideología que defiende una escuela del siglo XXI en una sociedad más lógica, más madura, más respetuosa con las familias, con horarios y ritmos conciliables para adultos y niños, más sincera con las supuestas virtudes de esas vueltas a la pedagogía del esfuerzo, la disciplina y el libro de texto. No nos vendan más milongas de escuelas cerradas a la participación de las familias. No por favor, no más hablar de temas vacíos y déjennos que planteemos horarios lógicos en la escuela y fuera de ella, espacios y agrupamientos reales para atender a la diversidad que les guste o no existe, existió y existirá.

Déjennos respirar aires que inflen las velas que nos lleven hacia una ciudadanía educada en libertad de verdad, dentro de una comunidad escolar inclusiva, laica, científica, critica, rigurosa, coherente, honesta, humilde, ecológica y donde tengan tanto peso los corazones y la convivencia y la cooperación como la cabeza, la razón y la inteligencia. O es que ¿no quieren que pensemos y queramos saber? Den pasos con sinceridad o dejen que propongamos y lo entonemos otra escuela necesaria para otro Mundo necesario. Apostemos por una formación permanente de los ciudadanos, dejen que los nuevos jóvenes piensen por si mismos y en el Otro. Déjenles que prueben y comprueben otra escuela que fue posible en otros tiempos y cayó derrotada por un golpe certero y fascista, orgullosamente defendido con palabras y cultura por los acusados de inteligentes, por aquel tuerto que apostaba por el gatillazo y la venganza militar. Estamos ante un futuro que requiere de versatilidad en los aprendizajes, lejos de métodos memorísticos, pilas de fichas y deberes para casa que no producen aprendizaje. La autonomía personal es más necesaria que nunca para moverse entre las diversidades de las competencias profesionales. La búsqueda compartida de soluciones, la responsabilidad y la autogestión del aprendizaje son capacidades que deben barnizar las escuelas del Hoy.

Hay muchos maestros y maestras que no necesitamos que nos impongan un modelo de formación profesional único y vertical. No somos meros ejecutores, de diseños técnicos que ningunean nuestra capacidad para desarrollar el trabajo en el aula con los niños y niñas. En foros de intercambio, hemos desarrollado a través de la investigación-acción experiencias contrastadas y reconocidas como eficaces y coherentes con la psicología de la educación y la pedagogía de los últimos 50 años. Volver a prácticas educativas nacidas en contextos nada democráticos, desarrolladas por personas en muchos casos llegadas del ejercito o de la iglesia, apunta a instituir aulas grises, sin vida, sumisas y lejanas a esa sociedad que tanto lucho para escapar de los lóbregos tiempos. No sabemos, ni deseamos imponer a nadie lo que debe hacer; como decía el maestro Ángel Llorca no queremos una escuela donde niño y maestro tengan que soportarse. Deseamos y creemos en una escuela para compartir y no impartir, un espacio donde acompañar en procesos de crecimiento personal. No podemos avanzar desde la atalaya de marfil del saber único e inamovible, la realidad y la verdad se compone de la suma de experiencias construidas entre todos.

La fuerza de las ideas, debe convertirse en punto fuerte de la defensa diaria de la escuela Pública, dialogando con la comunidad de la que formamos parte, evidenciando con prácticas coherentes las ideas que defendemos.

Un triste apunte solo para terminar. Los derechos de los más pequeños están en peligro. Con cobardía se están vulnerando sus derechos a jugar, a tener una atención educativa en espacios y tiempos dignos. No nos podemos callar ante esta tropelía de la Comunidad de Madrid y sus prácticas mas retrogradas. Permítanos que desarrollemos con rigor una Escuela con prácticas coherentes para los tiempos que nos están tocando vivir.

Ángel Luis Vicente